Comentario
La decisión de atacar la URSS la expuso Hitler por primera vez el 13 de julio de 1940. En una reunión con los altos mandos militares, el dictador aclaró sus planes estratégicos: "Si aplastamos Rusia, Inglaterra perderá su última tabla de salvación en Europa y Gran Bretaña se hundirá con ella. Rusia tiene que ser liquidada y cuanto antes mejor. Fecha prevista: primavera de 1941".
A partir de esas fechas y con el rigor y minuciosidad típicas de los germanos, el ejército del Reich puso en marcha lo que ha pasado a la historia con el nombre de Operación Barbarroja. Los nazis pensaban desencadenar la invasión en marzo de 1941 y dar por terminada victoriosamente la guerra a finales de otoño. Bastaría con 120 divisiones y se abrirían dos frentes: uno en el sur, hacia Kiev, capital de Ucrania y granero indispensable para alimentar a la población alemana, y otro en el norte, a través de los países bálticos -que automáticamente caerían bajo control hitleriano- hasta Moscú. En la capital soviética se unirían los dos ejércitos y, si era necesario, se llevaría a cabo una operación especial para apoderarse de los yacimientos petrolíferos de Baku, en Georgia.
Con la campaña de Rusia, el ejército alemán acepta poner en práctica formas de lucha hasta entonces poco frecuentes en los países occidentales. Se trata, según palabras de Hitler, de aniquilar a la Unión Soviética como nación y como pueblo: "El carácter que presenta nuestra guerra contra Rusia es tal que deben excluirse las formas caballerescas. Se trata de una lucha entre dos ideologías, entre dos concepciones raciales... Por consiguiente, los soviéticos tienen que ser liquidados. Los soldados alemanes culpables por incumplimiento de las leyes internacionales de la guerra serán condenados inocentes". Lo que significa que la tropa tenía carta blanca para llevar a cabo cualquier tipo de represalias y extender la lucha hasta sus últimas consecuencias: asesinato masivo de poblaciones civiles, como en realidad así ocurrió.
Por otra parte, dos días antes de iniciarse la aplicación de la Operación Barbarroja, el ideólogo nazi Rosenberg manifestaba a un grupo de colaboradores y futuros gauleiters de la URSS:
"Nuestras conquistas al este han de tener en cuenta antes que nada una necesidad primordial: alimentar al pueblo alemán. Las regiones de la Rusia meridional lo harán... Por mi parte, no veo razón ni obligación de que tengamos que alimentar al pueblo ruso con los productos agrícolas de esas regiones. La necesidad es ley y no hay razón para que intervengan los sentimientos en este asunto... Se avecinan años difíciles para los rusos". Lo que significaba que en las batallas que se preparaban estaba previsto que millones de soviéticos murieran de hambre. Los metódicos organizadores alemanes habían calculado que el hambre se extendería a muchas regiones y que varios millones de rusos perecerán.
Hitler había estudiado minuciosamente la campaña de Rusia de Napoleón y teniendo en cuenta el fracaso de los ejércitos franceses en las estepas nevadas rusas, había desechado en un principio invadir la URSS sin terminar antes con el frente oeste, o sea, firmar la paz con Inglaterra. Pero, a medida que en su mente tomaba cuerpo la idea de atacar a la Unión Soviética, prefirió hacerlo de forma fulgurante pensando que la ocupación de la URSS no le exigiría más de seis meses y que así privaba a Inglaterra de su única tabla de salvación.
La Operación Barbarroja estaba proyectada para mayo de 1941, pero las dificultades que surgieron en Grecia a raíz de la intervención italiana en aquel país retrasaron la operación hasta junio, tres meses que serían fatales para las fuerzas de la Wehrmacht.
Según cifras generalmente admitidas, los ejércitos del Reich contaban con tres millones y medio de hombres. El que el desplazamiento de tal cantidad de soldados con su correspondiente armamento de tanques, aparatos de aviación y artillería pasara desapercibido a los soviéticos indica el alto grado organizativo de los alemanes y las deficiencias de los servicios secretos de Moscú. El ataque sorpresa sin previa declaración de guerra, como era norma en Hitler, encontró escasa resistencia y sembró el pánico, tanto en los mandos del Ejército Rojo como en el propio Stalin, que en aquellas fechas se hallaba de vacaciones.